¿Cómo valoramos los acontecimientos?
El poder de la valoración en las emociones

En una ocasión, mientras estaba de guardia en una clínica psiquiátrica, un paciente se peleó con otro internado. Aquél joven, entró en crisis y comenzó una pelea porque su compañero había cambiado de canal mientras miraban televisión.
Cuando llego al lugar que estaba bastante convulsionado, le pregunto si esto era tan grave como para paralizar un pabellón y que tengan que venir enfermeros a separarlos. La realidad es que no era tan grave, pero él lo vivía catastróficamente.
Acá hay un principio que debemos entender y es que las emociones se producen por la forma que tenemos de valorar los acontecimientos. Una emoción no se produce por lo que ocurre, sino por lo que valoramos que ocurre. No es lo mismo que una persona diga “a mí la comida me la tienen que salar y al punto de sal que a mí me gusta”, a que diga “la comida me gusta con sal”. Entonces un día, tu esposo/a o quien sea que cocine, va a hacer la comida, no le pone la sal que tú quieres y explotas en ira: “a esto le falta sal, ¡ya te lo dije un montón de veces!”.
Pero ¿qué tan grave es? ¿Cómo lo valoraste? Acá comienza el riesgo que tiene el encierro, esto significa que todo aquello que tenía antes un valor diminuto, ahora comienza a aumentar la intensidad porque tenemos menor capacidad para elaborar problemas debido a que nuestra psiquis está intentando resolver el futuro que no podemos resolver. Esa es la drasticidad. Desde hace años trabajamos con un programa al cual asisten personas que reciben ayuda para educar las emociones. Recuerdo que en uno de los grupos había un muchacho al que le hice una lista y le dije:
- Poniendo un puntaje de 0 a 100, (cero es que no tiene importancia y 100 es el máximo), ¿a qué le pondrías un 100?
- Para mí, que me roben la moto es lo más grave, le pongo un 100, porque la moto la uso para el delivery y para moverme. La moto es mi vida, agregó.
- ¿Y si se enfermase tu mamá, a dónde iría el hecho de que te roben la moto?, pregunté.
- Ah no, ése sería el 100, baja la moto a 95, respondió.
- ¿Y si tu mamá en esa enfermedad se muriera?, continué.
- No doctor, en ese caso, ése sería el 100 y lo de la moto no tendría casi importancia, concluyó el joven algo sorprendido.
¿De qué se trató esa dinámica? Empezamos a hacer un juego de drasticidad, y cuando llegó un momento determinado, el asunto de la moto quedó en 10-15. Piensa si este tipo de ejercicio no nos ayuda a pensar en qué tan drástico es lo que estamos viviendo.
La mejor forma de adaptar nuestra mente a las circunstancias es que podamos incorporar las opciones de que, si algo es posible que pase, yo lo voy a vivir y podré atravesarlo.